Ya aquel 12 de Junio mi padre tampoco quiso besarme en la frente como solía hacer cuando salía del pueblo, sino que me dio la mano como a un hombre, lo que me lleno de orgullo.
Cuando llegué a la badina donde botábamos las almadías, a las afueras del pueblo, mi padre no estaba, tan solo mi madre, con el zacuto con algunos enseres, ropa seca, pan, chorizo, y algo de fruta. Se despidió con una lágrima apenas contenida, era la primera vez que no iba a dormir en casa.
Nada más llegar a la almadía, quise ponerme en el remo delantero del primer tramo, a la derecha, en vez de quedarme con el zurrón, en el centro de la navata, como se me había dicho.
Los tíos me dejaron, pero a la primera de vuelta, y ya en el río, me gastaron una broma. Dejaron que la almadía se escorara a la derecha en el salto de una pequeña presa y no me avisaron. Mi tibio cuerpo fue a parar a las frías aguas del Esca.
Aun recuerdo sus risotadas mientras con todos sus brazos me sacaban del agua y subían a la almadía. Fue una lección, que con el tiempo les recordé a ellos, pero mucho mas tarde.
martes, 30 de octubre de 2007
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