miércoles, 30 de abril de 2008

Comienza la bajada

La bajada fue inolvidable, por primera vez sentía una nueva sensación, la de libertad, yo no sabia que era eso, pero lo notaba en la manera de respirar, de mirar las cosas, aquellas orillas, el bosque tupido de hayas, el mismo cielo parecía diferente, mas grande, mas hermoso. Y había que ver las caras de mis tíos y algún primo, que se reían continuamente de mi inocencia, de mis ímpetus. Siempre dispuesto a remar mas fuerte, a saltar como un sapo para recoger algo en la orilla y luego volver a la almadía, y a las noches, quedaba rendido, muerto, aunque a veces como premio, me dejaban acercarse a las fogatas después de la cena, cuando hablaban de cosas de mayores, como de las fincas, de las herencias, de la política y sobre todo de las mujeres.

Hice varios viajes, a cada cual, fui aprendiendo todos los trucos de un buen almadiero, de reconocer todos los accidentes del río, las corrientes, las rocas, a las que dábamos nombres, esa la maldita, la cara perro, la doblada, y axial todo el recorrido hasta la ciudad de Sangüesa, a unos 90 kilómetros río abajo.

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